PROLOGO
Tantas ideas que revolotean por la mente, que en ocasiones
es difícil decidirse por cuál de ellas empezar.
De pronto te acuerdas de cosas que deseas escribir, para que cuando ese alguien especial las lea dentro de muchos años, sepa que estabas tratando de contarle tu historia, de decirle, que simplemente fuiste un ser humano, con sus altas y sus bajas, tratando de sobrevivir a este huracán de emociones llamado vida.
De pronto te acuerdas de cosas que deseas escribir, para que cuando ese alguien especial las lea dentro de muchos años, sepa que estabas tratando de contarle tu historia, de decirle, que simplemente fuiste un ser humano, con sus altas y sus bajas, tratando de sobrevivir a este huracán de emociones llamado vida.
Recuerdas entonces algún pasaje remoto de tu vida, tratando
de describirte, al mismo tiempo que, al recordar, te vas dando cuenta de porque
actúas como lo haces hoy, te das cuenta que siempre hay algo que nadie sabe de
ti, incluido tú.
Suelo escribir brincando en la línea del tiempo de una
manera que físicamente no es posible, pasando del pasado al presente, y especulando del
futuro de manera insolente.
Mi editor en turno siempre me corrige en esa parte, diciendo: “Confundes al lector, de pronto se pierde y tiene que volver a leer para comprender”
-¿Acaso esto es un problema para ti, lector?
Yo recuerdo que la mayoría de mis libros favoritos los leí más de una vez, descubriendo siempre en ellos algo que antes no había notado, marcando una frase que hizo mella en mi vida en el momento que la leí.
Mi editor en turno siempre me corrige en esa parte, diciendo: “Confundes al lector, de pronto se pierde y tiene que volver a leer para comprender”
-¿Acaso esto es un problema para ti, lector?
Yo recuerdo que la mayoría de mis libros favoritos los leí más de una vez, descubriendo siempre en ellos algo que antes no había notado, marcando una frase que hizo mella en mi vida en el momento que la leí.
Escribo de esta manera para ti, escondiendo en las palabras momentos
que significaron algo importante, y te obligo a volver a leer para
descubrirlas, para que las vivas conmigo, pensando en ti cuando mis dedos
recorren el teclado, como si te tomara de la mano y te subiera al capítulo de
mi vida, donde tú y yo somos espectadores, silenciosos, porque al escribir
aquello que habita en mí, se desprende
de manera definitiva de mi ser.
Las huellas de estos hechos quedan para siempre, así que puedo reciclar momentos en letras, en hojas, en capítulos enteros, dejándolas libres, abriendo la jaula de la memoria, que hoy vuelan hasta donde me lees tú.
Las huellas de estos hechos quedan para siempre, así que puedo reciclar momentos en letras, en hojas, en capítulos enteros, dejándolas libres, abriendo la jaula de la memoria, que hoy vuelan hasta donde me lees tú.
CAPITULO 1 "NACER"
Empezare por decirte que nací un día de abril. Un día en que
todo estaba planeado para ser “perfecto” y como muchas cosas más en mi vida término
siendo, un plan más que se desechaba luego de su inminente fracaso.
Ella (mi madre) me había concebido siendo apenas una niña, y
una niña que tiene hijos rara vez es realmente una madre, o por lo menos una
madre de esas que aparecen en los cuentos, que te llenan de besos y te cuentan
historias antes de dormir.
Ella contaba con que él, (mi padre) sintiera de
pronto un apego infinito por la mujer que lo había convertido en hombre,
trayendo al mundo a una niña con su color de ojos y su cabello rizado, una niña
que él no pidió, y que quizás, nunca amó.
Lo que si sucedió, es que él reprochó
que se le hubiese obligado a una responsabilidad que no había pedido, ni
deseado, y con una mujer que no amaría jamás.
Así que mi madre, me dejo al cuidado de mi abuela, la madre
de ella, con el pretexto de trabajar para tener dinero para mantener a ese
pequeño ser que exigía alimento, abrazos y cariño, el cual, ella no sabía cómo
dar.
Mi abuela me amó aun antes de que naciera, impidió que mi madre me evitara
ver la luz antes de mi nacimiento formal, intento obligar a mi madre y a mi
padre a casarse, ninguno de los dos aceptó, mi madre se había empezado a llenar
de odio, y no iba dejar que la humillara más el hombre por el que alguna vez
sintió tanto amor.
Como te dije antes, las niñas no saben ser madres, por
desgracia la mía parecía empeñada en no aprenderlo jamás.
Empezó alternando su trabajo con la bebida,
regresando a casa con el odio reflejado en la mirada, dispuesta siempre a
descargarlo sobre mí.
Esto le sucedía con frecuencia siempre que su mente
estaba nublada por el exceso del consumo de alcohol, y se fue recrudeciendo en
medida que su consumo se volvió más y más continuo, si mi abuela estaba cerca,
ella evitaba que mi madre se pusiera violenta, pero, en el momento que solo
estábamos mi madre su odio y yo, ella descargaba su infelicidad en golpes y
palabras dolorosas, que marcaron para siempre mi alma.
Es verdad que cuando
estaba sobria, podía ser muy tierna, muy a su manera, comprando todo lo que
creía que me haría feliz, tristemente, sin lograrlo.
Se por recuerdos vagos,
que mi padre intento hacer lo “socialmente correcto” y busco a mi madre para
llevarla a vivir con él por una temporada, y yo con ellos.
Uno de esos
nebulosos recuerdos, es de una mañana que me levante y buscando a mi abuela,
salí al patio sin zapatos, llorando, llamándola.
Tendría entonces quizás dos
años, recuerdo que el sol en mi cara y mis lágrimas, no me permitían ver por
donde caminaba, así que no me di cuenta que estaba frente a la abuela de mi
padre, que cuando me tuvo cerca me jalo del cabello y me obligo a parar de
gritar y llamar a mi abuela, que estaba muchos kilómetros lejos de mí.
Me llevo
a la cocina, me sirvió el desayuno y me dio una tortilla hecha a mano, recién
salida del comal, le agrego un poco de sal y me ordeno –deja
de llorar y come- esta, fue sin duda, la
tortilla más salada que comí nunca en mi vida, su sabor aun me pica la lengua,
como mordiéndola, igual que mis recuerdos.
Supe años después por las discusiones y peleas entre mi
abuela y mi madre, que ella nos fue a buscar unos meses después, para
encontrarse a su hija “flaca como muerto” y a su adorada nieta, sin zapatos,
despeinada, y triste.
Yo recuerdo ver a lo lejos la figura de mi abuela,
descubriéndola asomándose entre los árboles que se veían a lo lejos, y corrí,
¡Dios, cuanto recuerdo que corrí! fue la alegría más grande que había sentido
en mi vida, ver su rostro a lo lejos, sonriéndome y estirándome sus brazos,
dispuestos a abrazarme.
Supe de manera certera, que esos iban a ser los brazos
que me protegieran de todo mal, siempre.
Mi madre regreso a la casa materna, porque el tiempo vivido
junto al hombre que aun amaba, había
sido un infierno peor que el que descubriera al saber que él no la amaba, ni lo
haría.
Regresaba a casa embarazada y vencida, después trajo al mundo un varón.
A los meses de que mi pequeño hermano hubiese
nacido, ella se volvió a sus hábitos de siempre.
Trabajo y violencia, y un día ella repentinamente desapareció, y dejo su ausencia, de la cual disfrute mucho. Ya no
estaba ella atormentándome con su dolor y me dedique a ser niña.
Tal vez un año
más tarde, (no estoy segura de los tiempos, por que un niño no sabe mucho sobre
el tiempo) cuando la vi entrar por la puerta, sentí lo que descubriría que era
“el pánico”.
Ella venía con la mitad de la cara vendada, y una sonrisa torcida,
que intentaba ser amorosa, extendió sus brazos hasta donde estaba yo, y me quede paralizada, negándome a ir a su
encuentro, recuerdo que vi sus lágrimas resbalar por sus mejillas, y fue tanto
el dolor de su mirada, que la abrace, intentando consolarla. Una de muchas
veces que tendría que actuar, como si la adulta fuera yo.
Mi madre había sufrido un accidente, que le había marcado la
mitad de la cara, el motivo exacto de este, no lo sé, lo único que sé, es que
fueron meses de tenerla en la casa día y noche, mientras mi abuela trabajaba
para seguir manteniéndonos, a nosotros, sus nietos, y a una de sus siete hijos.
Mi madre ya no necesitaba el alcohol para volverse violenta,
ahora le bastaba mirarse al espejo en turno, que terminaba siempre
estrellándose en la pared.
El ruido estruendoso de este, nos avisaba que se
avecinaba un ataque de ira, y abrazados mi hermano y yo, intentábamos
protegernos de los golpes inmisericordes que ella soltaba sobre nuestros
cuerpos.
Fueron muchas las veces que mi abuela al llegar a casa, nos descubría
en un rincón llorando, bajito, para que ella no despertara, con marcas rojas en
las piernas, la espalda o la cara.
Ese siempre fue el motivo de que mi abuela y
mi madre discutieran frente a nuestros ojos, mi abuela exigía que mi madre no
nos tratara así, a lo que mi madre respondía: “Así nos criaste tú, no entiendo
cuál es el problema ahora”, mi abuela lloraba siempre con estas palabras,
argumentaba que sus errores no debían ser repetidos, pedía a mi madre que
entrara en razón, jamás lo consiguió.